NARCISO Y ECO
Narciso, hijo del río Céfiso y la bella Liríope, era tan hermoso que
desde el momento de nacer fue amado por todas las ninfas. Su madre
acudió al adivino Tiresias para que le pronosticara si su hijo viviría
muchos años. La respuesta, fue:
- Tu hijo vivirá muchos años si no se ve a sí mismo.
Creció Narciso, con tales gracias que las mujeres le perseguían para amarle,
pero él las rechazaba a todas. Un día que Narciso paseaba por el bosque le sorprendió
la ninfa Eco que había sido castigada por la diosa Hera, esposa de Zeus, a que
jamás podría hablar por completo; su boca sólo podría pronunciar las últimas
sílabas de aquello que escuchara.
Eco se enamoró de Narciso nada más verlo y le fue siguiendo sin que él se diera
cuenta. Cuando se decidió a acercarse las palabras se negaron a salir de su boca
y se ocultó detrás de un árbol seco.
Mientras tanto Narciso hablaba con las flores del bosque:
- Hermosa flor, flor olorosa...
- Rosa, -repitió Eco-.
Narciso escuchó la voz de Eco y gritó:
- ¿Hay alguien por aquí?
- Aquí, aquí, -respondió la ninfa-.
Narciso, al oír a Eco, contestó:
- ¿Quién se oculta cerca de ese árbol seco?
Y la bella ninfa salió de entre los árboles con los brazos abiertos diciendo:
- Eco, Eco.
Cuando se encuentran, Eco abraza a Narciso, pero éste la rechaza y le dice:
- No pensarás que yo te amo...
- ¡Yo te amo!, ¡yo te amo!, -le contesta Eco-.
Entonces gritó Narciso:
- No puedo amarte.
- Puedo amarte, -repetía con pasión Eco-.
Narciso huye entre los árboles diciendo:
- No me sigas, ¡adiós!
- Adiós, adiós, -contesta Eco-.
Mientras tanto Narciso hablaba con las flores del bosque:
- Hermosa flor, flor olorosa...
- Rosa, -repitió Eco-.
Narciso escuchó la voz de Eco y gritó:
- ¿Hay alguien por aquí?
- Aquí, aquí, -respondió la ninfa-.
Narciso, al oír a Eco, contestó:
- ¿Quién se oculta cerca de ese árbol seco?
Y la bella ninfa salió de entre los árboles con los brazos abiertos diciendo:
- Eco, Eco.
Cuando se encuentran, Eco abraza a Narciso, pero éste la rechaza y le dice:
- No pensarás que yo te amo...
- ¡Yo te amo!, ¡yo te amo!, -le contesta Eco-.
Entonces gritó Narciso:
- No puedo amarte.
- Puedo amarte, -repetía con pasión Eco-.
Narciso huye entre los árboles diciendo:
- No me sigas, ¡adiós!
- Adiós, adiós, -contesta Eco-.
La menospreciada Eco se refugia en el espesor del bosque. Consumida por su
terrible pasión, delira, se enfurece y piensa: «Ojalá cuando él ame como yo le
amo, se desespere como me desespero yo».Némesis, diosa de la venganza, escuchó su ruego. En un tranquilo valle
había una
laguna, de aguas claras, que jamás había sido enturbiada, ni por el
cieno, ni
por los hocicos de los ganados. A esa laguna llegó Narciso y, cuando se
tumbó en
la hierba para beber, Cupido le clavó, por la espalda, su flecha del
amor,... lo primero que vio Narciso fue su propia imagen, reflejada en
las limpias aguas y creyó que aquel rostro hermosísimo que contemplaba
era el de un ser real, ajeno a sí mismo. Se enamoró de aquellos ojos que
relucían como luceros, de aquellas mejillas imberbes, de aquel cuello
esbelto, de aquellos cabellos negros. Se había enamorado de... él mismo y
ya no le importó nada más que su imagen. Permaneció largo tiempo
contemplándose en el estanque y poco a poco fue tomando los frescos
colores de esas manzanas, coloradas por un lado, blanquecinas y doradas
por otro, transformándose lentamente en una flor hermosísima que al
borde de las aguas seguía contemplándose en el espejo del lago.
En el mismo instante en que Narciso se transformó en flor, Eco se
desmoronó en la hierba, muerta de amor. El cuerpo de Eco nunca se pudo
encontrar pero en los montes y valles de cualquier parte del mundo, aún
responde a las últimas sílabas de las voces humanas.
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